martes, 24 de enero de 2012

How much difference does it make?

Demasiada. Poca. Da igual. Acababa de salir a ejercitarme por un enorme prado de aquella tierra silvestre y sedentaria. Y reflexioné, en soledad, - como Murakami – sobre aquello de lo que debería hablar cuando salgo a correr. Y doy gracias a que no me salió nada coherente. Aparentemente solo, aunque con múltiples personas en mi cabeza, ¿con cuáles de mis 'yo' tenía que dialogar? Estupideces. Empecé a correr. Sin más. Las cosas como son, aquel día no esperaba hacer amigos.

Marqué un ritmo intenso para conseguir la mayor capacidad de destrucción de colesterol en mi sangre. Curioso es que me preocupase más, en ese momento, que la que riega el cerebro. De repente, encontré unas verjas que me obligaron a entender que aquel prado ilimitado no era tal. Era un campo de entrenamiento hecho a base de césped, muy cómodo para correr por cierto. Para mi actividad sería un hecho circunstancial y pasajero. Además, cabía la posibilidad a muchos kilómetros de buscar otro paraíso como ese si acababa desagradándome. Di una vuelta. Di dos vueltas. Di tres vueltas. Di cuatro vueltas. Y entonces lo vi todo claro.

Pasados veinte minutos estaba en la vivienda de la que partí a hacer deporte. Supe que correr ya no era suficiente. Aunque me resistía a creer en la prudencia de mis pensamientos. De verdad, ¿podían cambiar tanto las cosas? Una vez se instala la idea en algún lugar oscuro, no hay magia que la haga desaparecer. No hay razones. Quizá las haya. Pero no son las razones. Quizá. Lo bueno de todo esto es haber conseguido aislar el deporte del pensamiento. Quizá.

Pero, ¿cuánta diferencia supone?

lunes, 4 de julio de 2011

Pero toca salir



Hay que estar muy loco para llamar “pasear” a andar durante una hora por estas calles. Por esta ciudad. Sin rumbo. Sin destino. Sin saber lo larga que es esa – esta - hora. Y peor aún, buscando un motivo para hacerlo. Cuando la verdad es que sabes que no lo hay. Pero toca salir.

Anochece muy temprano y yo por más que lo intente no creo que me acostumbre a sentir la luna palpitándome en el pecho todas las noches. La iluminación de las calles no ayuda en absoluto. Todo era distinto antes de la crisis. Ahora los gobernantes han decidido dotarla de menos recursos para así dar muestras de su bipolaridad aparente. Unas sí, unas no. Luces encendidas. Luces apagadas. Aunque a veces en según qué barrios, todas no. Pero toca salir.

Suelo parar a tomar un café. Intento leer alguno de los libros que siempre quiero terminar. Hoy viene Bolaño. Hago lo indecible por concentrarme y disfrutar de esta velada romántica. Leo la misma puñetera página cuatro veces. Mejor lo dejo. Saco un cigarro y, por fin, siento que respiro. Luego otra vez sigo hacia adelante. Veo a tipos que corren por estas cuestas como si le fuera la vida en ello. No siento envidia. Empiezo a sentir unos deseos incontrolables por volver a casa. Pero toca salir.

La ciudad es realmente maravillosa. Bien organizada. Es agradable. Es mi personalidad la que es agria. Ahora sí. Justo en pleno Chinatown, comienzan a emerger mis auténticos pensamientos. Los más sinceros. “Por favor, póngame unos noodles. Gracias. No ponga picante.”. Otra vez vuelvo a coger el autobús de regreso con la comida en la mano. Otra vez la misma pregunta.

¿Por qué toca salir?

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Never late

'What on earth are you doing in my garden?' Paul was so surprised by the voice he nearly lost his balance and fell into the hole. Samantha looked round in astonishment and felt her stomach tighten. The man was standing 10 metres from theirselves.

The situation became dangerous. They could not explain the truth. He could not understand and the worst thing, they also did not know how to explain until they had opened the box. It would be hard to believe a story which involves digging a hole with a spade on your own garden.

'Samantha, run! Come on! Go! Go! Go! Move!' They ran so quickly. The owner seemed to be very old so he could not ever dreamed of catching them. It was a good luck stick - for once in their lives.

They drove the car at least fifty miles away from that dramatical place where Paul had lived 20 years ago. Long-forgotten memories came back to him while he was driving. Moreover, his childhood was marked by unhappy events which ocurred there.

Paul stopped the car in a service area. 'My father told me to dig the hole and to be extremely careful' said Paul. His father died 2 days ago and those were his last words. As a precaution, they looked around. They had picked-up a box in the garden they were aware of the possible danger. There was nobody outside. No lights. No cars. Just the two. Then, he opened the box. Inmediately, he recognized his father's handwriting and the message:

'I'm sorry'



jueves, 5 de agosto de 2010

Así es la vida

Deben pensar que es contradictorio lo de prepararse para un crimen y escuchar a Frank Sinatra. Igual escuchar a Tom Waits, Nirvana o alguien que transmita más negatividad es lo apropiado para la mayoría de los asesinatos. La música apropiada es ésta. Y no por el historial delictivo de Francis Albert o sus consabidas relaciones con la mafia. Eso me la resbala. Frank sigue perdurando a través del tiempo y me regaló su voz cuando trató de advertirme que las mujeres, sin excepción, son unas malditas busconas, que Nueva York es parte de todos nosotros, aún no habiendo estado jamás. Es el aperitivo perfecto para equilibrar las balanzas. Es el Martini con aceituna en las fiestas de la antigua Roma de los años sesenta. Sinatra es la paz que necesito para quitar de mi vista a la última que me va a hacer daño. Y echo de menos estar tranquilo.

Me gustaría ponerme sombrero, llevar un bonito traje, una buena pitillera, una enigmática sonrisa y con ello demostrar el talento que tengo como orador. Pero el siglo ventiuno ha conseguido que me avergüence de mi mismo. Después de cincuenta años este aspecto se ha tornado en un miserable disfraz. En una caricatura. 'Vintage'. Así lo llaman. Este mundo moderno se ha cepillado a todo lo que valía la pena y a mí me he deshecho en una escoria. Basta con unos cuantos músculos, un peinado hortera y unos cuantos gritos sin chispa. Poco más. Lo único que puede convivir con todo esto es lo imperdurable. Lo irrenunciable. Frank Sinatra.

Ella me hizo sentir un hombre distinto. Como todas al principio. Hoy ella va a sentir lo que es final. Y esta vez sí. Será a mi manera.

sábado, 12 de junio de 2010

Me basta sólo con mirar

Estoy harto de leer. Hoy me he decidido a pasar al otro lado con el propósito de no asombrar ni la de diseñar una maraña complicada de dobles o triples sentidos. Mejor, ninguno. Esa es toda la caridad que me puedo exigir.

Me encontraba tumbado contemplando un espantoso submundo ajeno: restos de copas, de botellas a medio acabar, colillas por todas partes, ropa por el suelo, platos sin fregar. No había nada positivo, exceptuando la soledad. Que se había mutado de colores tal y cómo lo hacía el olor de toda esa inmundicia con el transcurso de las horas. Eso era. No era una soledad tal y como se entiende de verdad. Al instante noté un suave mordisqueo en mi brazo. Primeros recuerdos. Anoche, con copas de más (más bien de menos) me instaron cortésmente a echar un polvo. Y, cuando se tramita estos asuntos con tanto respeto y cordialidad, se tiende a cobrar el acto mediante chispazos de deshonestidad con tantos fallidos amagos. Es así como no conseguí regalar coito alguno. Segundos recuerdos. Creé un holograma mental de la chica. Miré de reojo. “¡Joder!”. De nuevo movimientos y ahora además balbuceos. Tuve que ser más sigiloso, no debía despertarse del todo. Tercer recuerdo. Éste más lejano pero acertado de un gran amigo: “Hay que dejar siempre una puerta abierta en todas las situaciones conflictivas… para poder huir”. Sin duda, preferiría estar en un hospital recibiendo asistencia por alcoholismo. Que es lo que muchas veces pienso que debería haber hecho.
Es así como resolví el acertijo. Estaba en un estudio de mierda. Jaulas del nuevo siglo: cocina, salón, dormitorio y basura integrada en un mismo todo. Además, que la palabra no le va a la zaga, “estudio”. ¿Quién puede estudiar en un sitio destrozado por una noche de sábado y con una chica con tan poca suerte? El clima invitaba a buscar el desayuno en cualquier otra parte. Aún así, le eché valor a la situación y, con maniobras de escapismo, dignas de Houdini, salí de la cama. Hacía calor, creo que todavía podía sudar más alcohol. Pensé en algo frío, fresco. Abrí el frigorífico. Vacío. Así que, pasadas las doce, hice lo más conveniente. Ella se despertó y no tuve más remedio. Primero un beso de amor más falso que el que se dan los novios en las bodas. Luego pregunté a mi amor cómo se encontraba.

Últimos recuerdos. Era mi novia. Era mi casa. Anoche hicimos dos años.

martes, 3 de noviembre de 2009

Atentamente, se despide (y II)

Beber no me hacía sentir especial echando un vistazo al resto. No obstante, no pude evitar el aturdimiento provocado por un leve desajuste que rondaba en las entrañas de mi otro yo; aunque no transcendió en los otros camaradas de la (mi) barra. A fin de cuentas, no reunía tampoco un perfil ni unos condicionantes que me distingan del teatro del mundo. Era uno más: Enrique, Andrés, Pedro,… podría seguir dando más nombres inventados. No estás llamando la atención ni haciendo saltar las alarmas ni nadie se escandalizará por ser una réplica, una clonación de idénticos como tú cuando se trata de acudir al templo a degenerarse con el alcohol. Es lo bueno de esta afición: aquí somos todos iguales y fieles corderitos que rara vez nos causamos molestias entre nosotros. En cambio, en mi mismo, ser un cordero y, a la vez, un lobo es bien fácil. Y muy peligroso. Claro, que tampoco pienso habitualmente en lo genial o canalla de mi alma; pero viéndolo desde la perspectiva de un hombre que se ha soplado tres pintas, pues todo se sobredimensiona. Y yo, pues no sé, tampoco tenía claro deducir si era un lobo o no, únicamente me veía como un tipo extraordinario que había sido liquidado por hacer demasiado bien su trabajo, por envidias, y que no le faltarían ofertas al salir de este bar. No sé por qué tengo la extraña manía de resolver los problemas de todos los mundos en ese bar o discutir idioteces: que si prefiero tirarme a una mujer o beber, que es normal, que si la gente es especial, si yo lo era, si tenía agallas suficientes para salir del paso o si podía controlar mis dos personalidades. Aunque ya me eché a temblar cuando contemplé como el camarero me acercaba una pinta más.

Enrique fue reemplazado por otro gran amigo, llamémosle Eduardo. Este se largó para dejar paso a Antonio. De ahí, me sumergí en el mundo de Alfonso. Y al final, todos acabaron cediendo para delegar mi compañía en el camarero. Supongo que la hora de cierre del bar, siendo lunes, y el hecho de tener familia esperando en casa es más importante que entretenerse con tu mejor amigo. Ellos sabrán. Este señor sí que es un amigo, de verdad, fiel. Leal a su trabajo porque ya empezaba a sugerir que debía haber abandonado aquel lugar, su casa, y algo más que no entendí muy bien. Añadió: “Ya es hora de que rehagas tu vida”. ¿Qué quiso decir? ¿Tendría que destruirme y volver a crearme? Es fabuloso lo que es capaz de afirmar la gente cuando se toma unas copas de más. Siendo camarero, imagino que no habría perdido el tiempo. Además, había llegado antes que yo, así que el cálculo en número sería altamente desorbitado.

Sin embargo, creo que la última pinta ya me estaba doliendo demasiado y comenzó a resurgir una fauna especial en mi organismo. El cazador furtivo, tras aguardar durante un tiempo precioso a que su presa mostrase debilidad, atacó en su momento preciso. Empezaron las primeras conclusiones: no estaba bien. Aquello no fue justo, ahora no tenía a donde acudir: ni amigos ni familia con ganas de oír más: “Lo siento, ya no os tendré que pedir perdón nunca más”. No merecí recibir una carta, después de tantos años. Hubiera sido más elegante en persona. No se podía dejar en la estacada a un veterano. Un hombre que se ha dejado la piel y la sangre por esa empresa. Con sus defectos, pero con unas virtudes que han enriquecido a todos ellos y los han lucrado de buenos dineros y coches de lujo. Se aprovecharon. Me desvalijaron. Me han deshecho la vida, otra vez. Me las pagarán. ¿Cómo? No me quedaban fuerzas para empujar y levantarme. Esta era mi última vida. Encima, no contentos con eso, me mutilaron con unas formas impropias de la condición humana. No había sido capaz de descifrar las claves de la normalidad, pero sí logré entender el significado completo y la representación gráfica de la humanidad. No puede haber algo más indigno que me cesen recibiendo un simple: “Atentamente, se despide.”