domingo, 5 de febrero de 2012
martes, 24 de enero de 2012
How much difference does it make?
Marqué un ritmo intenso para conseguir la mayor capacidad de destrucción de colesterol en mi sangre. Curioso es que me preocupase más, en ese momento, que la que riega el cerebro. De repente, encontré unas verjas que me obligaron a entender que aquel prado ilimitado no era tal. Era un campo de entrenamiento hecho a base de césped, muy cómodo para correr por cierto. Para mi actividad sería un hecho circunstancial y pasajero. Además, cabía la posibilidad a muchos kilómetros de buscar otro paraíso como ese si acababa desagradándome. Di una vuelta. Di dos vueltas. Di tres vueltas. Di cuatro vueltas. Y entonces lo vi todo claro.
Pasados veinte minutos estaba en la vivienda de la que partí a hacer deporte. Supe que correr ya no era suficiente. Aunque me resistía a creer en la prudencia de mis pensamientos. De verdad, ¿podían cambiar tanto las cosas? Una vez se instala la idea en algún lugar oscuro, no hay magia que la haga desaparecer. No hay razones. Quizá las haya. Pero no son las razones. Quizá. Lo bueno de todo esto es haber conseguido aislar el deporte del pensamiento. Quizá.
Pero, ¿cuánta diferencia supone?
lunes, 4 de julio de 2011
Pero toca salir
Hay que estar muy loco para llamar “pasear” a andar durante una hora por estas calles. Por esta ciudad. Sin rumbo. Sin destino. Sin saber lo larga que es esa – esta - hora. Y peor aún, buscando un motivo para hacerlo. Cuando la verdad es que sabes que no lo hay. Pero toca salir.
Anochece muy temprano y yo por más que lo intente no creo que me acostumbre a sentir la luna palpitándome en el pecho todas las noches. La iluminación de las calles no ayuda en absoluto. Todo era distinto antes de la crisis. Ahora los gobernantes han decidido dotarla de menos recursos para así dar muestras de su bipolaridad aparente. Unas sí, unas no. Luces encendidas. Luces apagadas. Aunque a veces en según qué barrios, todas no. Pero toca salir.
Suelo parar a tomar un café. Intento leer alguno de los libros que siempre quiero terminar. Hoy viene Bolaño. Hago lo indecible por concentrarme y disfrutar de esta velada romántica. Leo la misma puñetera página cuatro veces. Mejor lo dejo. Saco un cigarro y, por fin, siento que respiro. Luego otra vez sigo hacia adelante. Veo a tipos que corren por estas cuestas como si le fuera la vida en ello. No siento envidia. Empiezo a sentir unos deseos incontrolables por volver a casa. Pero toca salir.
La ciudad es realmente maravillosa. Bien organizada. Es agradable. Es mi personalidad la que es agria. Ahora sí. Justo en pleno Chinatown, comienzan a emerger mis auténticos pensamientos. Los más sinceros. “Por favor, póngame unos noodles. Gracias. No ponga picante.”. Otra vez vuelvo a coger el autobús de regreso con la comida en la mano. Otra vez la misma pregunta.
¿Por qué toca salir?
miércoles, 17 de noviembre de 2010
Never late
jueves, 5 de agosto de 2010
Así es la vida
Me gustaría ponerme sombrero, llevar un bonito traje, una buena pitillera, una enigmática sonrisa y con ello demostrar el talento que tengo como orador. Pero el siglo ventiuno ha conseguido que me avergüence de mi mismo. Después de cincuenta años este aspecto se ha tornado en un miserable disfraz. En una caricatura. 'Vintage'. Así lo llaman. Este mundo moderno se ha cepillado a todo lo que valía la pena y a mí me he deshecho en una escoria. Basta con unos cuantos músculos, un peinado hortera y unos cuantos gritos sin chispa. Poco más. Lo único que puede convivir con todo esto es lo imperdurable. Lo irrenunciable. Frank Sinatra.
Ella me hizo sentir un hombre distinto. Como todas al principio. Hoy ella va a sentir lo que es final. Y esta vez sí. Será a mi manera.
sábado, 12 de junio de 2010
Me basta sólo con mirar
Me encontraba tumbado contemplando un espantoso submundo ajeno: restos de copas, de botellas a medio acabar, colillas por todas partes, ropa por el suelo, platos sin fregar. No había nada positivo, exceptuando la soledad. Que se había mutado de colores tal y cómo lo hacía el olor de toda esa inmundicia con el transcurso de las horas. Eso era. No era una soledad tal y como se entiende de verdad. Al instante noté un suave mordisqueo en mi brazo. Primeros recuerdos. Anoche, con copas de más (más bien de menos) me instaron cortésmente a echar un polvo. Y, cuando se tramita estos asuntos con tanto respeto y cordialidad, se tiende a cobrar el acto mediante chispazos de deshonestidad con tantos fallidos amagos. Es así como no conseguí regalar coito alguno. Segundos recuerdos. Creé un holograma mental de la chica. Miré de reojo. “¡Joder!”. De nuevo movimientos y ahora además balbuceos. Tuve que ser más sigiloso, no debía despertarse del todo. Tercer recuerdo. Éste más lejano pero acertado de un gran amigo: “Hay que dejar siempre una puerta abierta en todas las situaciones conflictivas… para poder huir”. Sin duda, preferiría estar en un hospital recibiendo asistencia por alcoholismo. Que es lo que muchas veces pienso que debería haber hecho.
Es así como resolví el acertijo. Estaba en un estudio de mierda. Jaulas del nuevo siglo: cocina, salón, dormitorio y basura integrada en un mismo todo. Además, que la palabra no le va a la zaga, “estudio”. ¿Quién puede estudiar en un sitio destrozado por una noche de sábado y con una chica con tan poca suerte? El clima invitaba a buscar el desayuno en cualquier otra parte. Aún así, le eché valor a la situación y, con maniobras de escapismo, dignas de Houdini, salí de la cama. Hacía calor, creo que todavía podía sudar más alcohol. Pensé en algo frío, fresco. Abrí el frigorífico. Vacío. Así que, pasadas las doce, hice lo más conveniente. Ella se despertó y no tuve más remedio. Primero un beso de amor más falso que el que se dan los novios en las bodas. Luego pregunté a mi amor cómo se encontraba.
Últimos recuerdos. Era mi novia. Era mi casa. Anoche hicimos dos años.
martes, 3 de noviembre de 2009
Atentamente, se despide (y II)
Enrique fue reemplazado por otro gran amigo, llamémosle Eduardo. Este se largó para dejar paso a Antonio. De ahí, me sumergí en el mundo de Alfonso. Y al final, todos acabaron cediendo para delegar mi compañía en el camarero. Supongo que la hora de cierre del bar, siendo lunes, y el hecho de tener familia esperando en casa es más importante que entretenerse con tu mejor amigo. Ellos sabrán. Este señor sí que es un amigo, de verdad, fiel. Leal a su trabajo porque ya empezaba a sugerir que debía haber abandonado aquel lugar, su casa, y algo más que no entendí muy bien. Añadió: “Ya es hora de que rehagas tu vida”. ¿Qué quiso decir? ¿Tendría que destruirme y volver a crearme? Es fabuloso lo que es capaz de afirmar la gente cuando se toma unas copas de más. Siendo camarero, imagino que no habría perdido el tiempo. Además, había llegado antes que yo, así que el cálculo en número sería altamente desorbitado.
Sin embargo, creo que la última pinta ya me estaba doliendo demasiado y comenzó a resurgir una fauna especial en mi organismo. El cazador furtivo, tras aguardar durante un tiempo precioso a que su presa mostrase debilidad, atacó en su momento preciso. Empezaron las primeras conclusiones: no estaba bien. Aquello no fue justo, ahora no tenía a donde acudir: ni amigos ni familia con ganas de oír más: “Lo siento, ya no os tendré que pedir perdón nunca más”. No merecí recibir una carta, después de tantos años. Hubiera sido más elegante en persona. No se podía dejar en la estacada a un veterano. Un hombre que se ha dejado la piel y la sangre por esa empresa. Con sus defectos, pero con unas virtudes que han enriquecido a todos ellos y los han lucrado de buenos dineros y coches de lujo. Se aprovecharon. Me desvalijaron. Me han deshecho la vida, otra vez. Me las pagarán. ¿Cómo? No me quedaban fuerzas para empujar y levantarme. Esta era mi última vida. Encima, no contentos con eso, me mutilaron con unas formas impropias de la condición humana. No había sido capaz de descifrar las claves de la normalidad, pero sí logré entender el significado completo y la representación gráfica de la humanidad. No puede haber algo más indigno que me cesen recibiendo un simple: “Atentamente, se despide.”